
A lo largo de nuestra propia evolución como humanos la discapacidad ha sido concebida de múltiples maneras, desde una anomalía que debía ser ocultada, como fue en Grecia, o por el contrario, como un estigma divino tal como sucedía en Egipto hasta creer que era testimonio de una posesión demoniaca durante el medievo, hasta llegar al renacimiento donde ya es percibida como una afectación orgánica, en cualquier caso de todo ello podemos extraer una conclusión la dependencia de este concepto, y otros, según el momento histórico y la cultura en la que estemos inmersos. Sin embargo, no será hasta bien entrado el siglo XX cuando se defiendan los intereses humanos, rehabilitadores y de integración social, concediéndoles a las personas afectas, un modelo de autonomía personal. Ya en los años 80 la OMS (Organización Mundial de la Salud) define “a las personas con discapacidad, no por las causas de sus minusvalías, sino por las consecuencias que estas les han generado”(Ayudas técnicas y Discapacidad). En nuestro entorno, la Ley General de la Discapacidad, reconoce los derechos de las personas incluidas en este término (no soy muy dado a utilizar el concepto discapacidad, hagámonos una pregunta: ¿Qué se concibe como normal?).
No es preciso pormenorizar las cifras y demás datos sobre personas con discapacidad en nuestro país, basándonos en el “Informe Olivenza 2017, sobre la situación de la discapacidad en España” hay 3.847.900 personas afectas, de las cuales hay 235.400 mujeres de 16 a 44 años de edad (España, 2008). De cualquier forma, si las cifras hasta los 45 años se inclinan hacia el sexo masculino, es a partir de esta edad cuando la balanza se decanta hacia el sexo femenino.
Existen guías clínicas que establecen recomendaciones sobre los cuidados a establecer a las mujeres con discapacidad física, de forma que señalan la necesidad de evaluar a dichas gestantes basándose en las preferencias de estas (Plan de parto) y dejando establecido, por ejemplo, la posición a tomar durante el trabajo de parto, el tipo de analgesia, si requiere compañía durante el proceso, entre otros.

Las mujeres con discapacidad se encuentran en una situación de desigualdad en el caso que nos ocupa, de acceso a los servicios sanitarios, a la información y específicos respecto a la situación individual de cada una de ellas, dependiendo de sus peculiaridades. Algunos estudios señalan la necesidad formativa de los profesionales sanitarios (Percepción de la asistencia sanitaria al embarazo y parto en mujeres con discapacidad de la movilidad en la región de Murcia), además de subrayar que, por un lado, las mujeres perciben la falta de sensibilidad en el trato de estos y, por otro, las instituciones y asociaciones no han recogido esta problemática entre sus objetivos.
Por tanto, se debe evaluar conjuntamente con la gestante sus requerimientos, de forma que se dé una atención y cuidados equitativos, siempre bajo el precepto de las mejores prácticas posibles (Medicina Basada en la Evidencia – MBE) y evaluando posteriormente nuestra atención.
No cabe duda que los profesionales debemos erradicar las opiniones y prejuicios con respecto a las mujeres que tratamos, adoptando nuestra formación a la discapacidad específica, teniendo en cuenta los deseos maternos durante el embarazo, parto y puerperio, erradicando barreras para conferir seguridad y favoreciendo la libertad de elegir.
Debéis hacernos participes de vuestras inquietudes y dudas, de forma que os sintáis lo más autónomas posible.

Algunos estudios refrendan los pocos datos que hay con respecto a los cuidados que se deben realizar en mujeres con discapacidad, si bien es cierto que hay guías clínicas que hacen recomendaciones sobre las acciones a llevar a cabo ante gestantes con discapacidad física, por ejemplo, la necesidad de evaluar previamente sus necesidades y preferencias, algo que se podría contrastar si llevara a cabo el plan de parto por parte de las futuras madres. Siguiendo con estas guías, insisten en puntos como: incluir servicios individualizados poniendo a disposición de estas mujeres las mismas opciones de atención que en el resto (en pocas palabras que no se discrimine), que puedan tomar decisiones informadas, que hagamos una evaluación inicial de las necesidades de cada mujer y desarrollemos planes de atención, en colaboración con ellas dejando señaladas sus preferencias y deseos. Otra cosa que me parece interesante es que se busque asesoramiento en grupos y organizaciones de mujeres con el mismo tipo de discapacidad, además de informar de los recursos disponibles local y comunitariamente. Por otro lado, no se debe dejar de lado la evaluación pertinente de nuestras acciones como profesionales y considerar en cualquier momento las opiniones de las gestantes.
En todo caso, lo que si debemos tener en cuenta los profesionales es que estas pacientes deben ser respetadas como miembros iguales ante la sociedad. Debemos dejar de lado los prejuicios, formándonos en la diversidad, eliminando la principal barrera, la intransigencia que va unida a estos. El acceso a los recursos debe partir de los profesionales en los casos donde su dificultad impida que la igualdad sea efectiva en relación a los cuidados (¿Las mujeres con discapacidad física, por alteraciones motoras o propioceptivas, necesitan cuidados especiales en el parto? Murciasalud, 2013).
Con todo lo anterior ¿Qué queremos remarcar? Pues que la atención se adapta a las características de cada mujer y familia, dejando a un lado los pensamientos de desánimo en cuanto al momento del parto, ante cualquier duda, pregunta y comparte tus necesidades.

