
Aún recuerdo una pregunta de la profesora de antropología sobre la relación afectiva que se establecía entre la madre y su descendencia, por alguien ajeno a su entorno más inmediato hacía solo unos instantes y que se crea de una manera tan intensa, la tormenta de ideas para tratar de dar una respuesta entre el alumnado era evidente pero poco efectiva.
Sabemos que durante el embarazo se llevan a cabo una serie de modificaciones anatómicas y fisiológicas características, algunas de ellas perceptibles, pero ahora nos parece interesante traer a colación otros aspectos que la mayoría de veces pasamos desapercibidos por considerarlos poco significativos o no poder encontrar una justificación concreta y que se evada de la mera especulación. Nos referimos a las posibles variaciones que se presenten en el cerebro ¿Existen evidencias sobre las mismas? Y si es así, ¿Por qué se produce? ¿Qué implicaciones tiene en la mujer embarazada?
Pues bien, en la gestante se originan cambios cerebrales perdurables y concretos en determinadas áreas que están imbricadas con la inteligencia emocional y la ‘empatía’, esa faceta no solo humana (determinados primates, parece ser que contienen dicha cualidad) que nos capacita para entender lo que le sucede al otro. En este caso, el que atañe a la descendencia, también, lo que podría indicarnos como se establece ese fuerte vínculo maternofilial tras el parto (Hoekzema, E., Barba-Müller, E., Pozzobon, C. et al. Pregnancy leads to long-lasting changes in human brain structure. Nat Neurosci 20, 287–296 (2017). https://doi.org/10.1038/nn.4458).

En el artículo citado anteriormente ‘encontraron que el embarazo disminuye la materia gris cerebral, el tejido gris rosado que contiene los campos celulares y las sinapsis de las células nerviosas’, afianzando otro tipo de conexiones, y todo ello con una durabilidad de dos años tras el parto, algo verdaderamente increíble. Esta reducción, algo parecido a lo que sucede durante la adolescencia y la infancia, se observó mediante resonancia magnética. Como citamos, se fortalecen determinadas conexiones neuronales que son más relevantes, mientras otras se ven mermadas, podríamos pensar que esto es algo inadecuado, pero no es así, lo que ocurre es que determinadas zonas cerebrales se están especializando. Otros estudios, confirman mediante técnicas de neuroimagen funcional que ciertas áreas cerebrales se activan y otras se silencian cuando la madre escucha o ve a su hijo, precisamente las que se activan son las que llevan a cabo procesos cognitivos-emocionales (López N, Sueiro E. Células madre y vínculo de apego en el cerebro de la mujer. Universidad de Navarra), lo que puede indicar el porque de la relación tan estrecha madre e hijo.
Por tanto, ¿Son estos cambios esenciales para uno de los eventos más importantes en la vida de una mujer, como es ser madre? Podría decirse que sí, que estas modificaciones estructurales, junto a las hormonales, contribuyen a un cambio de rol que a perdurado evolutivamente en ella, un proceso adaptativo de la gestante facilitador de lo que denominamos como apego y que sobre todo aumenta la supervivencia del niño.

Por ello, la descendencia proporciona a las madres estímulos que impulsarán su propia crianza. La madre, que aprende a identificar a su hijo tras el nacimiento, aunque la ‘respuesta y la satisfacción materna posteriores se ven afectadas por interacciones inapropiadas, insuficientes o no recíprocas, como ocurre cuando el bebé llora en exceso, es ciego, sordo o autista’(Ethan M. McCormick, Nancy A. McElwain and Eva H. Telzer, Alterations in adolescent dopaminergic systems as a function of early mother-toddler attachment: a prospective longitudinal examination, International Journal of Developmental Neuroscience, 10.1016/j.ijdevneu.2019). Dicho estudio ratifica la idea de que ‘el comportamiento materno caracterizado por respuestas provocadas y reacciones emocionales a los estímulos de la descendencia puede conservarse evolutivamente’.
Las áreas cerebrales involucradas con el comportamiento materno, incluyen parte del cerebro medio, el núcleo preóptico medial, el sistema límbico y la corteza somatosensorial; pudiendo estos verse modificados mediante la experiencia.
Esta pérdida de materia gris, a la que hacíamos referencia, puede parecer algo negativo, como señala Elseline Hoekzema (neurocientífica de la Universidad de Leiden), pero esto lo que hace es crear un reajuste de las conexiones, lo que implica que los circuitos cerebrales sean más eficientes y adecuados para incidir en lo que se denomina la cognición social, esa capacidad facilitadora que nos permite vivenciar y pensar en lo que sienten otros individuos. En el caso de la gestante esta cognición social mejorada, hace que esta descodifique las situaciones de estrés de su hijo (por ejemplo, descodifica los gritos de su hijo discriminando en qué situación se puede encontrar).

A pesar de ello, esta situación no es baladí, pues también provoca una pérdida de memoria (que se recupera), lo que algunos autores llaman ‘cerebro de embarazo’. En el Hospital Hammersmith de Inglaterra se realizó un estudio donde se descubrió que el cerebro de las gestantes mermaba un 6%, lo que podría relacionarse con el estado confusional de algunas de estas. En cualquier caso, el cerebro dirige sus recursos para que cuide de su hijo, valorando las circunstancias que le son onerosas y que la madre puede diferenciar de manera tan decidida.
La fluctuación hormonal, el gran efecto de estas durante el embarazo, quizás provoque la deriva sobre el cerebro y que implique formidables ajustes neuronales y sinápticos, aspectos que se verán reflejados, por ejemplo, en la relación afectiva que se establece entre madre e hijo, y que podemos denominar vínculo afectivo (López N, Sueiro E. Células madre y vínculo de apego en el cerebro de la mujer. Universidad de Navarra).

Además, el embarazo refuerza la corteza prefrontal, la zona que permite llevar a cabo múltiples tareas. Por otro lado, las emociones cambian de manera exponencial, determinadas hormonas como la oxitocina facilitará que durante el trabajo de parto y la lactancia estéis más relajadas y confiadas.
Lo que debemos considerar es que el comportamiento humano afectivo, y entre ellos el apego, es resultado de la evolución humana, de la evolución de nuestra especie desde el Pleistoceno (periodo que abarca desde los 2 millones de años a los 10.000 años) especialmente, de su cerebro, influido, como no podía ser de otra manera, por su propia cultura, sus características sociales, biológicas y el instinto de supervivencia y de adaptación al medio, que en su conjunto e instintivamente reforzará el vínculo recién nacido – cuidador. Estableciéndose entre ambos una retroalimentación que repercutirá en la socialización del futuro individuo. Como asegura Jaak Panksepp los sentimientos ‘han proporcionado una mayor adaptación al medio y una mayor capacidad de supervivencia’. El vínculo maternofilial se refuerza de manera decisiva durante el parto y la lactancia, pues constituyen ‘elementos’ potenciadores de los circuitos neuronales más fuertes de la naturaleza, dicho vínculo ‘afectivo y emocional forma parte del proceso biológico natural’.
Algo que debemos valorar es que ‘la familia es una adaptación evolutiva humana clave. El alcance y la duración del cuidado de la descendencia es extraordinario, y único en la gran transferencia de información a través del lenguaje. Las relaciones de parentesco son bilaterales, complejas, variables, multigeneracionales e intergrupales… Estos aspectos de nuestra sociedad están biológicamente incrustados en los mecanismos neurológicos y fisiológicos, el análisis de mecanismos tales como los ejes hormonales afiliativos y de estrés puede proporcionar cuotas en la evolución de los sistemas emocionales y cognitivos que sustentan la psicología familiar humana’ (MV Flinn. Evolutionary anthropology of the human family. Oxford handbook of evolutionary family psychology, 2011).

Ante una situación estresante el hipotálamo libera oxitocina (volvemos a referirnos a esa hormona tan esencial en la gestante) o vasopresina que participa junto con la amígdala cerebral en el proceso de la emoción, evaluando si es positiva o negativa la información inferida, dicha estructura se convierte así en un elemento esencial para intercomunicarse con otras estructuras cerebrales (como puede ser la corteza frontal) y confluyendo emoción y motivación. ‘Conocimiento y afecto van unidos. Lo cognitivo implica emoción y lo afectivo requiere cognición’ (López N, Sueiro E. Células madre y vínculo de apego en el cerebro de la mujer. Universidad de Navarra. 2008). En determinadas situaciones gratificantes se liberará dopamina que no hace otra cosa que reforzar positivamente la decisión tomada por la mujer.
En cualquier caso, podríamos preguntarnos si esa manera de actuar que tiene la madre con respecto a su hijo es fruto de una costumbre, una influencia cultural, o lo que es lo mismo una moral impuesta evolutiva y socialmente, nos parece interesante señalar lo que Marc Hauser afirma, que ‘nuestra moral, la capacidad para decidir lo que está bien o mal, es una capacidad innata (no aprendida) que reside’, en lo que él llama ‘órgano moral; una serie de conexiones neuronales de nuestro cerebro’. Para este psicólogo, hay un lenguaje universal sobre lo que está bien o mal, imbuido de manera inconsciente en todos nosotros desde el nacimiento y que, por tanto, puede contravenir, o no, a las normas culturales vigentes.
Resumiendo, nuestro cerebro se caracteriza por su generosa plasticidad, por esa capacidad ‘de moldearse como consecuencia de hábitos intelectuales, relaciones emocionales, actividades físicas, etc’, algo que perdura durante toda la vida y que reestructura las conexiones neuronales, así ‘la vida del individuo enriquece o atrofia su propio cerebro’ (López N, Sueiro E. Células madre y vínculo de apego en el cerebro de la mujer. Universidad de Navarra. 2008). La interacción de la acción hormonal, las modificaciones cerebrales y las diversas influencias; el proceso de hominización y enculturación, así como la ontogénia son facilitadoras del vinculo maternofilial.

